Desde hace meses que uno de mis cursos estaba organizando una visita solidaria a un orfelinato (hay muchos aquí en Rusia). Presentaron su proyecto al colegio, vendieron galletas, queques, decoraciones de navidad y pulseras, ¡de las que fui víctima, obvio! y finalmente, lograron reunir suficiente dinero para poder costear el bus que nos llevaría a la visita.
Apenas me invitaron para que los acompañara acepté, y me llevé una muy grata sorpresa.
Partimos temprano en la mañana y el viaje duró cerca de dos horas. Cuando me desperté…sí, dormí prácticamente durante todo el camino… pude ver que estábamos en una zona rural. Las casas más rústicas eran de madera con decoraciones talladas en la entrada de las casas. También habían casas modernas, pero desentonaban con ese paisaje medio rústico que yo miraba fascinada por la ventana del bus.
Cuando llegamos al orfelinato, lo primero que ví fue una Iglesia y me pareció raro. Yo me imaginaba que llegaríamos a una especie de colegio lleno de niños vestidos con delantales jugando en el patio… (sí, he visto demasiada televisión parece), y lo que menos vimos fueron niños.
La persona que nos recibió fue un cura ortodoxo, vestido de negro y con barba. Dejamos las cosas que habíamos llevado en una sala y lo primero que hizo, fue mostrarnos la iglesia. La primera impresión que tuvieron mis alumnos fue de asombro, porque nunca habían visto un cementerio en el patio de una iglesia. El cura nos contó la historia de la iglesia y de San Nikita.

San Nikita fue el primer godo que se convirtió al cristianismo ortodoxo y al morir, fue enterrado en Sarajevo. Allá está su cuerpo, salvo una parte de su mano izquierda… que está en esta iglesia. Es decir, la iglesia conserva una reliquia de San Nikita en un baúl sellado, pero que muestra parte del hueso de la mano del santo.
Como una forma de ayudar a los niños que son abandonados o cuyos padres no están en condiciones de cuidar, esta iglesia creó un orfelinato para albergarlos. Los mandan al colegio y les hacen talleres de manualidades para entretenerlos y enseñarles un oficio. Afortunadamente, tienen bastantes recursos y eso les ha permitido construir un nuevo edificio para dormitorios.
Nos mostraron las instalaciones, algunos trabajos de los niños, nos pasearon en carreta, algunos alumnos pudieron andar a caballo y ¡vimos un reno! (fue un regalo que recibió la iglesia) Debo reconocer que me emocioné, jaja Después de almorzar, mis alumnos organizaron los juegos que tenían preparados para los niños y lo pasaron súper bien.
El día estaba muy soleado y fue un verdadero relajo estar ahí. Me alegró mucho poder ir y descubrir una parte de este país que está oculta para los visitantes. Nunca había visto una reliquia y me sorprendió ver la manera en que la veneran.
Cuando llegó el momento de partir, el cura que nos acompañó durante nuestra visita, nos regaló una imagen de San Nikita, para cada uno.
Cuando regresamos a Moscú, el contraste fue enorme. Autos, ruido, tacos… pero lo pasamos tan bien, que todos quedamos con ganas de volver.